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Del síndrome de Asperger al trastorno del espectro autista: un análisis crítico de los cambios en el DSM-5

Por Larissa Guerrero Ph. D.


El debate sobre el uso de "Asperger" o “aspie” como identidad sigue siendo una cuestión polémica, marcada por malentendidos y posiciones encontradas. Muchas personas no alcanzan a comprender los cambios significativos que llevaron a la eliminación del diagnóstico de síndrome de Asperger en el DSM-5. Me he topado con razones que intentan explicar que el cambio se reduce únicamente a razones simbólicas, como borrar el nombre de un médico nazi, mientras que otras veces se percibe como un mero ajuste terminológico, sin razones ni consecuencias prácticas. Incluso, hay quienes consideran que ser "aspie" es lo mismo que ser autista nivel 1, o quienes sostienen que no importa cómo se denomine a la persona, mientras ésta mantenga su identidad ligada al diagnóstico original.


Lamentablemente, los términos "autismo" y "autista" están malamente marcados por estigmas que disuaden incluso a las personas previamente diagnosticadas como "aspies" de identificarse como autistas. Esto se debe a la persistencia de creencias irracionales que asocian el autismo con una enfermedad, algo que se "padece" y que necesariamente causa un sufrimiento extremo. Estas percepciones erróneas alimentan afirmaciones como: "es social", "si habla", "es funcional" o "es inteligente, por lo tanto, no puede ser autista", "es mujer", "sí mira a los ojos", "pero tiene un trabajo"... Estas ideas no solo perpetúan estigmas, sino que también reflejan una falta de comprensión sobre la diversidad de experiencias y manifestaciones dentro del espectro autista.


Estas confusiones son particularmente evidentes en espacios como las redes sociales, comunidades de madres y padres de personas autistas, centros de terapia desactualizados y en el discurso de algunos influencers que, desde la opinión y la falta de rigor, contribuyen a la desinformación. Intentar establecer un diálogo o una discusión informada en estos contextos suele dar lugar a comentarios impregnados de mitos, creencias erróneas y opiniones arbitrarias que solo incrementan la confusión general. En un reciente intercambio que tuve en una de estas plataformas, surgieron afirmaciones como “los aspies son más parlanchines que los autistas” o que “a diferencia de los autistas, los aspies buscan activamente la amistad y las relaciones sociales”. Estas ideas, además de ser completamente infundadas, mantienen estereotipos dañinos y refuerzan desigualdades e injusticias a los autistas.


El cambio del diagnóstico de síndrome de Asperger al diagnóstico único de trastorno del espectro autista (TEA) no fue una decisión arbitraria ni superficial, sino que respondió a razones científicas sólidas. El diagnóstico de síndrome de Asperger, tal como se planteó en el DSM-IV publicado en 1994, y en su edición revisada de 2000 conocida como DSM-IV-TR (Texto Revisado), que incorporó actualizaciones menores y ajustes en la redacción, pero mantuvo los mismos criterios diagnósticos fundamentales, fue, desde su etiología y fundamento, un diagnóstico erróneo. Esto se debió a que partía de criterios diferenciadores basados en la ausencia, más que en la presencia de características inherentes al autismo. Estos criterios diferenciadores implicaban la ausencia de retraso en el lenguaje y la ausencia de retraso en las habilidades cognitivas promedio o superiores, criterios que más bien hacían referencia a un trastorno intelectual. Los criterios del DSM-IV no reflejaban con precisión la realidad de los autistas, ya que tanto el retraso en el lenguaje como las capacidades intelectuales son trastornos independientes que pueden co-ocurrir o no con el autismo, pero no definen su esencia. Este planteamiento erróneo generaba una comprensión limitada del espectro autista y confusiones diagnósticas, dificultando tanto la identificación como el acceso al acompañamiento y los apoyos adecuados.


Este planteamiento consolidaba (y consolida porque lamentablemente aún existe) una visión fragmentada y jerárquica, donde la percepción de "funcionalidad" simplifica la diversidad de los autistas y crea barreras para reconocer nuestras necesidades individuales. La clasificación basada en términos como "leve" o "grave" ignora los desafíos específicos derivados de los rasgos propios del autismo en distintas áreas de la vida, independientemente de las habilidades lingüísticas o cognitivas. Esta visión reduccionista limita la comprensión de las necesidades diversas y obstaculiza el acceso equitativo a recursos y apoyos fundamentales, además de que promueve desigualdades que impactan directamente en nuestra calidad de vida y participación plena en la sociedad.


El cambio en los criterios del DSM-5 respondió a la necesidad de unificar los diagnósticos bajo un marco basado en la evidencia científica, impulsado por nuevos descubrimientos derivados del avance de las neurociencias, la tecnología y los estudios genéticos. Este cambio ha permitido una evaluación más precisa de los rasgos propios del autismo, así como de las necesidades reales de cada persona. Aunque la intención principal no fue promover la justicia, la eliminación de divisiones artificiales y subjetivas tuvo como consecuencia la promoción de un enfoque más equitativo. De esta manera, el diagnóstico dejó de estar limitado por etiquetas que simplificaban la complejidad del espectro y se transformó en una herramienta para facilitar la comprensión integral y mejorar el acceso a diagnósticos en niños y adultos, recursos y servicios de forma más justa.


El uso correcto de los términos diagnósticos actuales es fundamental para garantizar una comprensión adecuada y respetuosa del espectro autista. Continuar utilizando denominaciones como "Asperger" o "aspie" refuerza conceptos desactualizados y mantiene estigmas y estereotipos que dificultan la aceptación y la accesibilidad. Estas denominaciones han contribuido a la falsa idea de que las personas previamente diagnosticadas como Asperger enfrentan menos desafíos o no necesitan apoyo significativo, lo cual es falso, incorrecto, contraproducente e injusto. La eliminación del síndrome de Asperger como diagnóstico independiente en el DSM-5 y su integración bajo el trastorno del espectro autista (TEA), lejos de ser un simple ajuste terminológico, implica una reconfiguración de cómo entendemos el autismo, sus manifestaciones y la forma de abordar las necesidades de todos los autistas. Para comprender esta transición, es necesario realizar una comparación de los criterios diagnósticos en el DSM-IV y el DSM-5, así como analizar las razones detrás de los cambios y sus implicaciones prácticas. Porque lo creas o no, hay personas que piensan que los criterios para diagnóstico de Asperger y autista nivel 1 siguen siendo los mismos.


En el DSM-IV, los trastornos generalizados del desarrollo (TGD) agrupaban varias categorías diagnósticas: el trastorno autista, el síndrome de Asperger, el trastorno desintegrativo infantil, el trastorno generalizado del desarrollo no especificado (TGD-NE) y el trastorno de Rett. Cada una de estas categorías se definía mediante criterios que intentaban diferenciar entre las manifestaciones clínicas del autismo según el nivel de desarrollo del lenguaje, las habilidades cognitivas y la presencia o ausencia de otros indicadores. Por ejemplo, el trastorno autista se asociaba con dificultades significativos en la comunicación social y patrones repetitivos de comportamiento, mayormente acompañados de retrasos en el desarrollo del lenguaje y discapacidad intelectual (aunque este último era más un criterio clínico que generaba mayor confusión). En contraste, el síndrome de Asperger compartía las dificultades sociales y los comportamientos repetitivos, pero con habilidades lingüísticas y cognitivas dentro del rango promedio o superior, lo cual se aceptaba como criterio diferenciador. Sin embargo, estas distinciones resultaron problemáticas en la práctica. El síndrome de Asperger se catalogaba como de "alto funcionamiento" debido a la ausencia de retrasos significativos en el lenguaje y la presencia de habilidades cognitivas promedio o superiores, dicho de otro modo, sin retraso mental, lo que llevó a su percepción como una forma "más leve" de autismo, lo cual es una falacia. Esta diferenciación, basada principalmente en indicadores ajenos al autismo, contribuía a la visión jerárquica y estigmatizante del espectro autista que mencioné anteriormente, lo que de ninguna manera refleja ni las características que conforman el espectro autista y mucho menos las necesidades reales de apoyo o las capacidades individuales, mismas que no tienen nada que ver con déficits del lenguaje o déficits intelectuales (y uso la palabra déficit para garantizar la comprensión, aunque no sea de mi agrado).


La diferenciación entre el síndrome de Asperger y el autismo de "alto funcionamiento" o "rendimiento", como se denominaba antes de que el Asperger fuera incluido en el DSM-IV, es ambigua. Una persona con habilidades lingüísticas intactas puede experimentar grandes dificultades para comprender matices sociales y mantener un trabajo, mientras que alguien con un IQ de 170 puede presentar mutismo situacional debido a las sobrecargas emocionales y sensoriales y experimentar problemas serios en la comunicación social. Del mismo modo, una persona con retrasos en el lenguaje puede desarrollar estrategias efectivas de comunicación y ser muy amistosa, incluso extrovertida, y alguien con trastorno intelectual puede ser extremadamente parlanchín. Es importante señalar que las dificultades en la comunicación e interacción social no son falta de ganas de socializar o tener amigos, sino una dificultad derivada de la estructura y funcionamiento cerebral. Por otro lado, la categoría de TGD-NE funcionaba como un "cajón de sastre" que reunía casos que no encajaban completamente en las otras categorías, lo que generaba aún más confusión diagnóstica. Una analogía para comprender el cambio de los criterios diagnósticos sería clasificar la diabetes únicamente según el peso corporal de la persona. Aunque el peso puede ser un factor asociado, no es inherente a la condición misma. Una persona con peso promedio puede tener diabetes tipo 1 o tipo 2 y requerir tratamientos significativos, mientras que otra con sobrepeso puede no tener diabetes en absoluto. Introducir un criterio externo como el peso genera confusión, jerarquías ficticias y diagnósticos imprecisos. De manera similar, diferenciar el síndrome de Asperger del autismo basándose en el desarrollo del lenguaje o las habilidades cognitivas no refleja las características centrales del autismo y contribuye a una comprensión errónea de las necesidades de apoyo.


El DSM-5, publicado en 2013, abordó estas inconsistencias al unificar las categorías bajo un solo diagnóstico: el trastorno del espectro autista (TEA). Esta nueva estructura eliminó las divisiones basadas en el desarrollo del lenguaje y las habilidades cognitivas, lo cual implica cambio de criterios, reconociendo que estas variables son trastornos independientes del autismo e indicando que cuando están presentes en personas autistas, lo hacen por co-ocurrencia y no como parte intrínseca del autismo. Este cambio refleja un entendimiento más preciso de que las experiencias autistas, la "funcionalidad" y las necesidades de apoyo no pueden ser determinadas exclusivamente por características que no competen al neurotipo del autismo. En lugar de categorías separadas, el DSM-5 introdujo dos dimensiones centrales, léase criterios, para el diagnóstico del TEA: como criterio A las dificultades persistentes en la comunicación social e interacción social, entendiendo la comunicación social como un proceso complejo que implica no solo el uso del lenguaje para transmitir ideas, sino también la comprensión y utilización de normas sociales, gestos, expresiones faciales, tono de voz y otros elementos contextuales para facilitar interacciones significativas y efectivas, que se manifiestan como dificultades en la reciprocidad socioemocional, dificultades en comportamientos de comunicación no verbal durante la socialización, dificultades en el desarrollo, mantenimiento y comprensión de las relaciones, entre otras dificultades; lo cual es distinto del desarrollo del lenguaje, que se refiere al aprendizaje y uso adecuado de las estructuras lingüísticas en su forma oral o escrita.


Como criterio B los patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses especiales, hipersensibilidad, hiposensibilidad, sistematización, insistencia en la monotonía o dificultad ante el cambio, patrones ritualizados, entre otros rasgos. Estos criterios constituyen el núcleo diagnóstico del TEA en el DSM-5, lo que permite una comprensión más clara y unificada de las manifestaciones del espectro. Sin dejar de mencionar los criterios C que indica que los rasgos deben estar presentes en el periodo de desarrollo temprano, aunque pueden no manifestarse completamente hasta que las demandas sociales superen las capacidades sociales de la persona, o por un alto enmascaramiento por estrategias de asimilación y compensación aprendidas, y el criterio D, que indica que los rasgos deben causar dificultades clínicamente significativas en áreas importantes del desempeño social actual (en el momento del diagnóstico), incluyendo las áreas social, ocupacional, laboral u otras áreas importantes de la vida, clínicamente significativas indica discapacidad psicosocial, lo que es distinto a discapacidad intelectual y de la discapacidad del leguaje.


Uno de los aspectos más significativos de esta transición es la eliminación los criterios diferenciadores. En cuanto al lenguaje investigaciones como la de Bishop, D. V. (2003) han demostrado que las dificultades en la comunicación social son una característica central del autismo y no están vinculadas a las habilidades lingüísticas. Este cambio refleja una comprensión más clara de que las habilidades lingüísticas pueden ser intactas en muchas personas autistas, y a la vez enfrentar dificultades significativas en las dinámicas sociales. Esto permitió que el DSM-5 dejara de depender de hitos de desarrollo lingüístico para establecer la severidad. De la misma manera, la inclusión implícita del déficit intelectual como un factor determinante dentro del autismo era frecuentemente asociada al autismo "clásico" o "severo". Esta clasificación reforzaba una visión jerárquica, donde las personas con mayores dificultades intelectuales eran percibidas como "más autistas" y, por tanto, más dependientes, mientras que quienes no presentaban dificultades intelectuales ni de lenguaje eran consideradas "menos autistas", sin ni siquiera poner atención a sus desafíos en la interacción y comunicación social, a la autorregulación, o dificultades cognitivas como la rigidez mental, el procesamiento de la información, procesamiento auditivo, disfunción ejecutiva, etc. Las características cognitivas del autismo no son indicativas de una discapacidad intelectual, sino de un estilo cognitivo divergente que puede presentar desafíos en procesos como la adaptación a cambios, la interpretación de contextos sociales o la realización de tareas complejas en entornos impredecibles. Por otro lado, el trastorno intelectual implica una limitación generalizada en el funcionamiento intelectual, que abarca el razonamiento, la resolución de problemas, el aprendizaje y las habilidades adaptativas, afectando áreas como la comunicación, la autonomía y la interacción social. Aunque ambos neurotipos pueden coexistir, no son equivalentes: las personas autistas podemos tener un rango de capacidades intelectuales que va desde el promedio hasta niveles altos, junto con dificultades propias de nuestro estilo cognitivo, sin que esto implique una reducción global de las habilidades intelectuales.


El DSM-5 entonces, corrigió este enfoque al separar explícitamente el déficit intelectual del diagnóstico de TEA, reconociendo que puede coexistir, pero no define el autismo en sí mismo. Esta distinción fue fundamental para eliminar etiquetas reduccionistas y enfoques simplistas que ignoran las complejidades individuales. Por ejemplo, una persona autista con discapacidad intelectual puede desarrollar estrategias adaptativas avanzadas en ciertas áreas a través de un acompañamiento específico del trastorno intelectual, mientras que otra sin déficit intelectual puede enfrentar barreras significativas en la comunicación social o en la gestión emocional requiriendo un enfoque terapéutico completamente distinto. Y ninguno es más o menos autista, lo que sucede es que hay autistas con co-ocurrencias y otros no. Este cambio ha permitido una evaluación más precisa y equitativa, enfocada en las necesidades de apoyo específicas en lugar de en características intelectuales generalizadas o problemas del lenguaje. También ha desafiado los estigmas que vinculaban el autismo con la falta de capacidad intelectual, promoviendo una visión más respetuosa y acorde con la diversidad dentro del espectro.


Con la publicación del DSM-5-TR en 2022, se incorporaron ajustes adicionales que buscaban abordar las críticas y refinar aún más la conceptualización del TEA. Este texto revisado incluyó un énfasis más fuerte en la variabilidad individual dentro del espectro, así como un reconocimiento más explícito de las diferencias de género y culturales en la presentación del TEA. Esto ha permitido un mayor entendimiento de cómo las manifestaciones del autismo pueden variar en mujeres y en poblaciones que tradicionalmente han sido subdiagnosticadas. Además, el DSM-5-TR reafirmó la necesidad de evitar el uso estático de los niveles de severidad, instando a los clínicos a evaluar el contexto y las circunstancias cambiantes de cada persona.


La unificación del TEA, además, ha facilitado la implementación de leyes y políticas públicas inclusivas en diversos países, abarcando tanto las necesidades de niños como de adultos, reconociendo las demandas específicas de cada etapa de la vida y garantizando derechos fundamentales en áreas clave como educación, empleo y salud. En España, la Estrategia española en trastornos del espectro del autismo, aprobada en 2015, establece protocolos destinados a garantizar la igualdad de oportunidades y el ejercicio de derechos en educación, empleo y servicios sociales para personas con TEA. En América Latina, Chile promulgó en 2023 la Ley N.º 21.545, que reconoce legalmente a las personas con TEA y promueve su inclusión social, abarcando desde la educación hasta la integración laboral. En México, la Ley general para la atención y protección a personas con la condición del espectro autista, promulgada en 2015, tiene como objetivo garantizar la inclusión social plena de las personas con TEA. Esta ley refleja un compromiso por parte de México para mejorar la calidad de vida de las personas autistas y garantizar sus derechos fundamentales. En Argentina, la Ley N.º 27.043 declara de interés nacional el abordaje integral e interdisciplinario de los TEA, priorizando tanto la detección temprana como la atención para adultos. Estas políticas públicas reflejan un compromiso creciente con la equidad y la inclusión, permitiendo un acceso más amplio a los apoyos necesarios. Además, estas leyes surgen como respuesta directa al reconocimiento de autismo como una categoría unificada, eliminando las jerarquías previas que limitaban el acceso a recursos según el diagnóstico específico.


Sin embargo, a pesar de estos avances, persisten desafíos significativos. La transición al TEA como diagnóstico único ha generado resistencias tanto en profesionales como en comunidades. En primer lugar, algunos grupos siguen considerando erróneamente que ser diagnosticado previamente con síndrome de Asperger equivale a ser un autista de "nivel 1" o "de bajo apoyo", reforzando la falsa idea de que este perfil implica menos necesidades o dificultades. Esta percepción incorrecta ignora la diversidad de desafíos que enfrentamos las personas previamente diagnosticadas antes del DSM-IV como autistas de alto rendimiento o con el DSM-IV como síndrome de Asperger, manteniendo estigmas y limitando el acceso a apoyos. En segundo lugar, ciertas corrientes, incluidas las promovidas por algunos grupos de familiares, como los asociados al movimiento de "madres azules", han defendido la idea de que los autistas de "nivel 1" son menos autistas o no requieren el mismo nivel de derechos y apoyo. Esto ha resultado en barreras sistemáticas para que muchas personas con este perfil accedan a recursos fundamentales a los que tienen por Derecho. Este proceso también ha sido complicado por la persistencia de desinformación, estigmas y falta de actualización en algunos sectores profesionales, que se aferran a verdades a medias o prácticas obsoletas. La variabilidad en la aplicación de los criterios diagnósticos, junto con sesgos culturales y la falta de capacitación adecuada, limita gravemente la equidad en el acceso al diagnóstico y a los apoyos necesarios.


No obstante, este cambio también representa una oportunidad para consolidar una identidad autista más alineada con la dignidad, al eliminar las jerarquías implícitas basadas en criterios de funcionalidad y al reconocer plenamente la diversidad dentro del espectro autista. Al abordar estas barreras, se puede avanzar hacia una sociedad con mayor accesibilidad, más incluyente y equitativa para todas los autistas. Además, seguir utilizando términos como "Asperger" o "aspie" sostiene conceptos desactualizados que refuerzan estigmas y jerarquías dentro de la comunidad autista y, por ende, un sin número de injusticias. De ahí de hacernos responsables en nuestro ejercicio semántico.

 

Te dejo una tabla comparativa

Aspecto

DSM-IV

DSM-5

Categorías diagnósticas

Clasifica el autismo bajo los Trastornos Generalizados del Desarrollo (TGD), incluyendo:1. Trastorno autista2. Síndrome de Asperger3. Trastorno desintegrativo infantil4. TGD no especificado5. Trastorno de Rett

Unifica todas las categorías bajo el diagnóstico único de Trastorno del Espectro Autista (TEA), eliminando las subcategorías.

Diferenciación del Asperger

Se distingue por:- Ausencia de retrasos significativos en el desarrollo del lenguaje.- Habilidades cognitivas dentro del promedio o superiores.- Dificultades sociales y comportamientos repetitivos compartidos con el autismo.

No se reconoce como un diagnóstico independiente. El retraso en el lenguaje y las habilidades intelectuales se consideran trastornos co-ocurrentes, no criterios diferenciadores del TEA.

Criterios

A. alteración cualitativa de la interacción social, manifestada al menos por dos de las siguientes características:

  1. marcada alteración en el uso de múltiples comportamientos no verbales, como el contacto ocular, las expresiones faciales, las posturas corporales y los gestos reguladores de la interacción social.

  2. incapacidad para desarrollar relaciones con compañeros apropiadas al nivel de desarrollo.

  3. ausencia de la tendencia espontánea para compartir con otras personas disfrutes, intereses y objetivos (por ejemplo, no mostrar, traer o señalar objetos de interés).

  4. falta de reciprocidad social o emocional.

B. alteración cualitativa de la comunicación, manifestada al menos por una de las siguientes características:

  1. retraso o ausencia total del desarrollo del lenguaje hablado (no acompañado por un intento de compensarlo mediante modos alternativos de comunicación como gestos o mímica).

  2. en individuos con habla adecuada, marcada alteración en la capacidad para iniciar o mantener una conversación.

  3. uso estereotipado y repetitivo del lenguaje o lenguaje idiosincrásico.

  4. ausencia de juego de simulación variado y espontáneo, o de juego de imitación social apropiado al nivel de desarrollo.

C. patrones de comportamiento, intereses y actividades restringidos, repetitivos y estereotipados, manifestados al menos por una de las siguientes características:

  1. preocupación absorbente por uno o más patrones estereotipados y restringidos de interés que resultan anormales, ya sea en su intensidad o en su contenido.

  2. adhesión aparentemente inflexible a rutinas o rituales específicos y no funcionales.

  3. manierismos motores estereotipados y repetitivos (por ejemplo, sacudir o girar las manos o los dedos, o movimientos complejos de todo el cuerpo).

  4. preocupación persistente por partes de objetos.

D. los retrasos o anomalías del funcionamiento, en al menos una de las siguientes áreas, deben manifestarse antes de los 3 años de edad:

  1. interacción social.

  2. uso del lenguaje en la comunicación social.

  3. juego simbólico o imaginativo.

A. Déficits persistentes en la comunicación social e interacción social, manifestados por todos los siguientes:

  • Déficits en la reciprocidad socioemocional.

  • Déficits en los comportamientos de comunicación no verbal utilizados en la interacción social.

  • Déficits en el desarrollo, mantenimiento y comprensión de relaciones.

B. Patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades, manifestados por al menos dos de los siguientes:

  • Movimientos motores, uso de objetos o habla estereotipados o repetitivos.

  • Insistencia en la monotonía, inflexibilidad a rutinas o patrones ritualizados de comportamiento verbal o no verbal.

  • Intereses altamente restringidos y fijos, anormales en intensidad o enfoque.

  • Hiper- o hiporreactividad a estímulos sensoriales o interés inusual por aspectos sensoriales del entorno.

C. Los síntomas deben estar presentes en el periodo de desarrollo temprano, aunque pueden no manifestarse plenamente hasta que las demandas sociales superen las capacidades del individuo.

D.  Los síntomas causan deterioro clínicamente significativo en el funcionamiento social, ocupacional u otras áreas importantes.

E. Estas alteraciones no se explican mejor por discapacidad intelectual o retraso global del desarrollo.

Retraso en el lenguaje

Es un criterio diferenciador entre el autismo y el síndrome de Asperger.

No es un criterio para el diagnóstico del TEA. El retraso en el lenguaje se considera un trastorno independiente que puede co-ocurrir.

Énfasis en el desarrollo intelectual

En el DSM-IV, no se menciona el déficit intelectual como un criterio explícito para el diagnóstico de trastorno autista, pero se asumía en la práctica clínica que la discapacidad intelectual estaba presente en los casos más "severos". Esto generaba confusión al vincular el autismo con una limitación global en las capacidades intelectuales, cuando en realidad son neurotipos independientes que pueden co-ocurrir. Este enfoque no distinguía claramente entre las características propias del autismo y las manifestaciones de una discapacidad intelectual, dificultando una evaluación precisa y el reconocimiento de necesidades individuales.

El coeficiente intelectual y el rendimiento cognitivo influían en la clasificación como “leve” (Asperger) o “grave” (autismo clásico).

Establece claramente que la discapacidad intelectual es un trastorno independiente que puede co-ocurrir con el TEA.

Categoría residual

El TGD no especificado se utilizaba para casos que no cumplían completamente los criterios de las otras categorías.

Se elimina el uso de una categoría residual. Todas las manifestaciones del espectro se integran dentro del diagnóstico único de TEA.

Niveles de apoyo

No se definían formalmente niveles de severidad. En la práctica, se usaban términos como "leve" o "severo", basados en la percepción clínica y en aspectos como el desarrollo del lenguaje, capacidades intelectuales, la interacción social, lo que generaba variabilidad subjetiva.

Introduce tres niveles de apoyo basados en las necesidades de cada persona:1. Requiere apoyo.2. Requiere apoyo considerable.3. Requiere apoyo muy considerable.

Bases del diagnóstico

Evaluación centrada en el desarrollo del lenguaje y las habilidades intelectuales, lo que influía en la supuesta funcionalidad.

El diagnóstico ya no se basa en la idea de funcionalidad, sino en la identificación de dificultades específicas en la comunicación social, interacción social y patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, así como en la evaluación de las necesidades de apoyo reales en la vida cotidiana.

Criterios culturales y de género

Sin mención específica.

Reconocimiento de la variabilidad en la manifestación del TEA según el género y la interseccionalidad.

 

En conclusión, la transición del síndrome de Asperger al trastorno del espectro autista en el DSM-5 y su revisión en el DSM-5-TR representan un paso significativo hacia una comprensión más inclusiva y precisa del autismo, aunque aún falta mucho para lograr una mejor comprensión y lograr criterios más claros. Aunque estos cambios han traído beneficios importantes, como la mejora en la coherencia diagnóstica y la promoción de políticas más equitativas, también han planteado nuevos desafíos que requieren atención continua. A medida que la investigación y la práctica clínica evolucionan, es fundamental garantizar que los criterios diagnósticos reflejen la diversidad del espectro autista y respalden el desarrollo de intervenciones efectivas y adaptadas a las necesidades individuales.


Fuentes:


American Psychiatric Association. (1994). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (4th ed.). Washington, DC: American Psychiatric Association.


American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.). Washington, DC: American Psychiatric Association.


 American Psychiatric Association. (2022). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed., text rev.). Washington, DC: American Psychiatric Association.


Bishop, D. V. (2003). Autism and specific language impairment: Categorical distinction or continuum? Novartis Foundation Symposium, 251, 213–226; discussion 226–234, 281–297.  PMID: 14521195.

 
 
 

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